El Elefantito

Nunca me he sentido un "coleccionista" en el mas puro sentido de la palabra.
Bueno.
Reconozco que siempre lo he sido... un poquito.
En fin
 "Siempre" y "Nunca". 
Y en apenas cuatro líneas.
Pues si que empezamos bien.
A ver.
El caso es que no me veía como tal.
O eso creía. 
Hasta hace poco.
Libros...
Cómics...
Casettes...
Vinilos...
Cds...
DVDs...
Y ahora, con el paso del tiempo... todas estas posesiones que en un antaño atesoraba, o bien han acabado en cajas cogiendo moho, o bien están muy bien expuestas tras un vitrina de cristal.
Muy decorativas ellas, como trofeos a una supuesta intelectualidad. 
Fijaté.
La realidad es que todas y cada una de ellas las tengo ahora también en el espacio de apenas un par de paquetes de tabaco. 
Cosas de la digitalización de la sociedad, oyes.
(y de lo baratos que llegan a estar los discos duros)
No les hago mucho caso, la verdad. 
El justo. 
Les sigo teniendo cierto aprecio... pero ya no es lo que era. 
Para que os voy a engañar.
Sin embargo...
Siento una punzadita en mi corazoncito cuando recuerdo algunas cosas que perdí, o dejé atrás sin darme cuenta, o regalé o... simplemente tiré a la basura, por causas de fuerza mayor.
Supongo que es inevitable, en menor o mayor medida.
Pero no puedo evitar esa punzadita. 
Aquellos dibujos infantiles al carboncillo, que recuerdo perfectamente y no se que fué de ellos.
La carpeta del instituto con anotaciones, fotos y adhesivos... ¿Donde la dejé?
Las fotos originales de Stars Wars de la "cartelera" de un típico Cine Rex de provincias...
De las que se ponían en la entrada del cine antaño tras vitrinas de cristal.
No habían trailers ni tampoco vídeos promocionales.
Sólo los que salían en los telediarios o los escasos programas de cine. Y sólo habían dos cadenas emitiendo por entonces.
Fotos que un familiar me consiguió porque conocía al de la taquilla y que estuvieron tantos años sobre la cabecera de mi cama.
Lo que pagaría ahora por ellas.
O... aquella maqueta de Tamiya a 1:48 de un Focke Wulf 190 "Long Nez". 
Que currada estaba y que bien me quedó. 
Parecía que fuese a despegar.
¿Que fué de ella...? 
¿Donde la he dejado?
En fin...
Creo que es por esto por lo que me gusta tanto subirme a una montaña y contemplar el horizonte.
O acercarme a alguna de estas piedras con millones de años a cuestas.
Y contemplarlas en silencio. 
Supongo que -de  alguna manera- creo que me contemplan también a mi. 
Digo yo.
Me suelo quedar algunos (a veces bastantes) minutos hipnotizado.
No.
No son perecederas.
Nadie las tirará por el desagüe y luego las llorará.
Nadie las olvidará en una cajá en el altillo de un armario.
Llevan ahí millones de años.
Y seguramente seguirán en el mismo lugar otros tantos millones de años, cuando yo ya no exista.
Son testigos del discurrir del tiempo.
Casi inmortales.
Por eso las miro... y me quedo extasiado.
Son -creo- lo mas cercano que tengo al alcance de mi humana limitación, para intentar comprender a La Eternidad.